domingo, 6 de junio de 2010

Exploradores en San Agustín de Guadalix

Hoy ha sido una de esas salidas un tanto raras, que te dejan un poco descolocado, en las que te esperas ciertas cosas y luego te encuentras con otras. Bueno, que al final no tienes claro si ha sido una cagada o la mejor ruta de tu vida. Depende ...
Quedamos pronto por aquello del calor y tras los necesarios estiramientos salimos del pueblo hacia las conocidas pistas del Canal. El track marca dejar la pista y tomar un camino a la izquierda pero una puerta cerrada a cal y canto nos impide continuar, por lo que tenemos que subir a la antena de los Castillejos por el sitio habitual. Pasada ésta volvemos a tomar la ruta prevista y comienza la diversión.

Atravesamos la dehesa de Moncalvillo por un camino de tierra, un tanto roto y en ligero ascenso, que nos va poniendo a punto. A la salida de la dehesa el camino se convierte por unos metros en un estrecho sendero rodeado de zarzas que dejan su huella en alguno de nosotros en foma de arañazos. Nada grave.

Ahora toca subir un poco por un camino de grava suelta flanqueado por vallas de piedra. Comenzamos a bajar y el suelo se vuelve cada vez más pedregoso, con algún paso complicado. Y a la salida de una curva, ¡zas!, la fosa de las Marianas.
Miguel va el primero, con el piñón equivocado, y se queda clavado en el medio con el agua hasta las pantorrillas, Puchi consigue pasar montado pero mojándose igual ya que el agua llega a la caja del pedalier. El más listo Javi, como se puede ver en la ‘afoto’.
Así que parada obligada para escurrir los calcetines que aprovechamos para el momento barrita.

Iniciamos la marcha, giro a la izquierda, y comienza una subida pedregosa, un pelín técnica, pero con todos los obstáculos superables. El camino se civiliza al final, pero vista la subida, ¿qué nos espera en la bajada? Pues lo que imaginábamos: piedras, pedrolos, charcos, estrecheces y, claro, al final pinchazo (primero de la jornada).


Salimos por fin a la pista y empezamos a atravesar puertas (ya llevamos unas cuantas hoy). Sabemos que tenemos que llegar al embalse de Pedrezuela y aunque lo vemos en la distancia, se resiste. De repente el camino desaparece. Cien metros campo a través y damos con el sendero (gracias al hippie ese) que baja directamente al agua.
Cruzamos al otro lado de la garganta y la vemos: una formidable pared de piedra suelta que, incluso empujando la bici, es difícil de subir. Salvada la primera parte pedregosa y llena de surcos intentamos montar, pero la pendiente es tan fuerte que se hace imposible dar la primera pedalada. Al final lo conseguimos pero pronto nos encontramos otra vez yendo campo a través, siguiendo una alambrada que sin duda conduce hasta el agua.

La almbrada se acaba, el agua está ahí, y vemos el sendero que supuestamente debemos tomar, pero ningún punto para cruzar. Finalmente hombres por debajo y máquinas por encima del alambre.
El estrecho sendero se va abriendo poco a poco y discurre paralelo a uno de los brazos del embalse. Hemos acabado prácticamente con todo el agua que llevábamos y la cuesta de subida a la urbanización Montenebro y el calor que empieza a ser agobiante parecen ser la puntilla final.

Asaltamos (en toda regla) a un hombre que regaba a la puerta de su chalet, bebiendo y llenando todo lo que podemos. Puchi se da cuenta de que su rueda delantera está pinchada, pero por ahora es suficiente con hinchar (a ver si aguanta). Decidimos acortar. Queda para otro día el ya conocido sendero del canal del Mesto.

En la antena de los Castillejos esa rueda necesita más aire, en previsión de la trialera del arroyo de Navalperal, que no vamos a perdonar. Pero justo cuando la vamos a empezar la rueda delantera de Miguel dice ‘aquí estoy yo’ en forma de pinchazo. Estamos a poco más de 2 km de los coches y no nos planteamos cambiar la cámara. ¡Aire y en marcha!

Y por fin llegamos, cuesta arriba, como no podía ser de otra manera (bueno, sí hay otra manera habitual de acabar en el grupo: con el aire de cara), sin una gota de agua otra vez y con un cierto sabor agridulce: por momentos hemos podido con el camino y nos ha hecho disfrutar, pero a ratos nos hemos visto superados, lo que viene bien para no perder ese punto de humildad tan necesario para la práctica de este estupendo deporte que es el mtb.

El sufrimiento es pasajero y la gloria para siempre.

Más fotos pinchando aquí.

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